domingo, 2 de mayo de 2010

Comienzo de la aventura

Aldarisia acababa de llegar a la posada de El Cruce, observó en un rápido vistazo lo que ella consideraba un desagradable panorama: el tabernero Boorand, otro tauren desconocido sentado en solitario en una mesa ridículamente pequeña para su enorme tamaño, y una pareja de orcos sentada con una pareja de elfos. Se sintió tentada de directamente pedir la habitación y aislarse de toda aquella chusma si no fuera porque la joven elfa que compartía mesa con los orcos vestía como era adecuado para los de su clase y parecía actuar como tal.

Resuelta a ojear quien era aquella dama, se acercó a la mesa e ignorando a los demás presentes se dirigió a la elfa.

-¡Bala’dash!

Saludó a la chica obteniendo por respuesta una cara de exasperación y una mezcla de afirmación y pregunta.

-Te ha enviado papá.

Ahora que la veía de frente y la mención de su padre, con quien Aldarisia podría tener algún tipo de trato le hizo percatarse de quien era la joven. Era Tuzah Selini, la hija de Lord Abban Selini, su maestro.

-No. Si sois quien creo que sois no me ha enviado vuestro padre, o mejor dicho al menos no me ha enviado a buscaros.

La joven elfa de negros cabellos sonrió.

-Lady Tuzah Selini, y el descastado de aquí es mi hermano, Eidorian Selini.

Esta información fue cuanto menos chocante, pues Aldarisia jamás había oído que Lord Selini tuviera un hijo, aunque vistas las trazas de haragán lleno de cicatrices, vestido cuan si fuera un orco, no le extrañaba. Por las palabras de su hermana, Lord Abban tampoco debía estar muy satisfecho con su retoño. Fuera como fuese, los siguientes movimientos debían ser pensados con cautela, aunque sin apenas darse cuenta, presa de su impulsiva naturaleza se encontraba escupiendo al suelo mientras miraba a Eidorian, probablemente el ser más vergonzoso de todos los de su raza que jamás se vería. Una adecuada reverencia a Tuzah anunció su marcha con aquella escoria que osaba manchar el nombre de su maestro dando vueltas en su cabeza.

Idnaar y Radna, los orcos sentados a la mesa de Eidorian y Tuzah miraron inquisitivamente al elfo, esperando que alguien les explicase quién demonios era esa altanera pelirroja que se había presentado allí con esa evidente falta de respeto hacia todos menos Tuzah. Eidorian se encogió de hombros y soltó una frase muy en su línea carente de respeto por todo lo que con su padre tenía que ver, salvo quizás su hermana y su madre.

-Putas todas…

Dijo mientras negaba con la cabeza. Idnaar hubiera continuado preguntando, sin embargo un golpe contra las puertas de la taberna como si alguien cargase contra ellas, y la posterior aparición de un Tauren gravemente herido, vestido con una extraña armadura de cuero como si fuera un miliciano o un campesino con armadura, y su posterior desfallecimiento terminaron con todas las conversaciones del bar.
El enorme tauren solitario no perdió mucho tiempo en acercarse a hablar con su hermano herido. Fuera lo que fuese, la charla en taurahe fue corta y perturbadora, tanto que el solitario salió casi corriendo afuera de la taberna en dirección a alguna parte que no mencionó a nadie.

Radna e Idnaar, tal y como era su deber de Guardias de la Horda, fueron a averiguar qué había sucedido, uno del tabernero y la otra del misterioso y negro tauren. Las respuestas fueron las mismas, el caído afirmaba provenir del pueblo vecino de Taurajo que recientemente había sido atacado por los Jabaespines. Sólo pudo añadir a esta información, antes de desfallecer, que dirigía una caravana de refugiados a El Cruce que también fue atacada por las bestias y de la cual sólo él había logrado escapar. Todos sus amigos debían estar a estas alturas muertos o capturados por los belicosos cerdos.

-¡¡Rosadito!! ¡Tenemos trabajo!

Dijo el orco vociferando, a lo que simplemente Eidorian respondió levantándose y yendo a desamarrar su lobo.

Aldarisia, que aún se encontraba subiendo las escaleras, decidió dar media vuelta y acercarse a la ahora solitaria Tuzah, extrañada por la docilidad de su hermano.

-¿Es un esclavo?

Preguntó indignada y pareciendo atar cabos, aunque sin comprender entonces el buen trato que se le dispensaba al Sin´dorei.

-No, es su “hermano”.

Respondió medio divertida, medio asqueada, a la atónita paladina.

-Pero, ¿no dijiste que ese era hijo de Lord Selini, y por ende tu hermano…? ¿Cómo demonios va a ser el hermano de eso?

Tuzah sonrió, sabedora de que una vez más debería hablar de su rebelde hermano, vergüenza de su padre, y pocas cosas le divertían más que cotillear sobre el gran error de su estirado y perfeccionista padre, entre otras cosas porque eso la convertía a ella en la mejor una vez más.

-Hermano de batalla, así le consideran esos dos orcos y así les considera él a ellos. Verás, todo comienza con su fuga siendo yo aún muy pequeña, tanto que cuando me dijeron que había muerto y que jamás le mencionase, no me lo cuestioné, y parece ser que pasamos relativamente poco tiempo juntos ya que él ni siquiera me recordó en todos estos años.

Hizo una pausa dramática mientras veía como la cara impasible de la pelirroja iba demostrando pequeños matices de desprecio y rabia.

-Como iba diciendo, papá le entrenaba y no se le daba mal, pero el muy idiota se relacionaba con gente de casta baja, entre otros una pequeña fulana llamada Jiray, hija de cazadores… qué cosa más vulgar… Bueno, la cuestión es que papá les pilló en la cama, y a Eido le cayó la del pulpo y una prohibición de engendrar con semejante furcia. El muy estúpido se creyó que fugarse con ella les daría la felicidad, robó dinero a nuestros padres y se largó a embarcarse hacia el recién descubierto Kalimdor, sólo que lo hizo sin ella, dado que no apareció.

Tuzah nuevamente miró a la asqueada paladina y decidió dar el golpe de gracia de su historia.

- Más o menos esto debió suceder poco antes de que te cogiera como aprendiz, según mis cálculos. Pero volviendo a mi hermano, básicamente dilapidó el dinero a velocidades absurdas y acabó siendo un esclavo, de ahí un gladiador y de ahí un hombre libre tras fugarse con esos dos. Después tuvo la osadía de presentarse ante Papi, le cayó la paliza del siglo y se le expulsó de Lunargenta… De no ser por mamá probablemente habría muerto tras ser arrojado desde el balcón, y en fin, ahora visto que no había muerto decidí que era hora de estrechar vínculos familiares, y aquí estoy.

La cara de Aldarisia se agrió por un instante antes de recuperar su habitual serenidad, un instante de dolor, ira y odio que Tuzah saboreó lentamente.

-Oh, sí, y no te lo pierdas, cuando llegué aquí se había vuelto “alguien respetable”, incluso tenía planes de casarse con una puta que habían rescatado de no sé qué burdel. Una huérfana de la guerra contra Kael’thas. Pero ella terminó yéndose, creo que no soportó tener a una dama elfa por estos lares que le recordase constantemente lo que ella jamás sería después de haber sido profanada por todos los agujeros de su cuerpo por orcos y trolls…

Negó suavemente con la cabeza en una pausa para añadir un burlón dramatismo a su historia.

-Es más, intentó cortarse las venas en un pequeño ataque de depresión poco antes de decidir que estaría mejor alejada de mi decadente hermano, que tras su marcha abandonó su trabajo de aspirante a guardia y bueno, se ha vuelto aún más patético si cabe.

En otra zona, mientras esta conversación tenía lugar, los orcos, Eidorian y el tauren habían emprendido su marcha por separado ante la cabezonería del último y la incapacidad de su montura de alcanzar las velocidades de los huargos de guerra.

Cuando comenzaban a desaparecer en la distancia, Aldarisia cruzaba las puertas en su caballo sin demasiada prisa. Quizá la historia de Tuzah le había incitado a querer probarse frente al descastado que había manchado el nombre de su propia familia, y que no contento con eso la había convertido a ella en una segundona; o quizás simplemente se aburría y quería ver en qué consistió la masacre de Tarajo. Fuera como fuese, se había puesto en camino.

Había anochecido y los orcos hacía rato que habían acampado ya, cuando Turok , que así se llamaba el silencioso y negro tauren, divisó en la oscuridad de la noche un fuego en la lejanía, que le sacó de sus pensamientos sobre la devastación de Taurajo y el destino de sus hermanos capturados, para traer a su mente pensamientos sobre el frío de la noche y su precipitada marcha sin comida ni más equipo que su tótem y su armadura. Sin dudar un segundo arreó el Kodo que montaba en dirección hacia el fuego, mientras a su nariz llegaba el rico olor de un asado que con seguridad había constituido la cena de los orcos y esa aberración que se empeñaban en llamar “hermano”.

Aldarisia , muchos metros más atrás del tauren, cuya montura incapaz de seguir el ritmo de los huargos se había visto obligada a ir a un paso mucho más lento, divisó en la lejanía al tauren dirigiéndose hacia la luz del fuego en medio de la estepa abierta. Se esforzó en afinar más la vista y se percató de algo que sólo los ojos de un elfo u otro ser capaz de ver en la oscuridad sin mayores problemas, habría visto: casi una decena de pequeños fuegos alrededor del principal, que seguramente por error Turok habría confundido con la fogata de los orcos.
-Vaca estúpida…

Murmuró mientras arreaba su caballo para que galopase en dirección al despreocupado tauren, con el fin de advertirle que se precipitaba hacia una posible muerte, masacrado por lo que quiera que hubiera en aquel campamento, pues aun siendo nueva por allí sabía que las criaturas de los Baldíos no eran precisamente conocidas por su amabilidad.

El Tauren, alarmado por el ruido del galope se bajó de su Kodo y se dispuso a presentar batalla contra lo que probablemente sería un centauro. Cuál fue su sorpresa al notar que en lugar de con un centauro, se había topado con la abominación elfa que no iba con los orcos. Aldarisia, ni corta ni perezosa descendió de su corcel y se plantó frente a Turok, que le doblaba la estatura y comenzó a golpearle acusadoramente con el dedo en el lugar más cercano al pecho que llegaba.
-Tú, pedazo de bola de pelo con cuernos, ¿dónde diablos te crees que vas?
Preguntó, sabedora de que el Tauren desconocía el peligro al que se acercaba y haciendo gala de una arrogancia sin límites.

-Salvo que los equinos sean amigos tuyos, aunque no me extrañaría que todo quedase en la granja, vas directo a un campamento enemigo…

Aldarisia echó un nuevo vistazo al campamento del fondo en el que podía distinguir con claridad las siluetas de más de una quincena de centauros Kolkar.

-¿Bueno, qué, entonces nos largamos de aquí o vas a irte con los centauros? Que por si no lo has notado están al oeste, y juraría que Taurajo está al sur.

El Tauren reaccionó al escuchar el nombre de aquellos que habían acosado a su pueblo durante años hasta la llegada de los orcos, con quienes lograron hacerles retroceder y convertir sus asentamientos en lugares seguros.

-¿Cuántos son?

Pregunto Turok en un rudo común.

-Unos quince.

Turok negó con la cabeza y montó sin mediar más palabra con aquella cuyos hábitos mágicos eran una constante violación a la Madre Tierra. Indignada, la elfa partió tras el silencioso tauren, echándole una reprimenda sobre la falta de respeto que acababa de cometer.

Eidorian se encontraba haciendo la primera guardia, mientras los restos de sus raciones de viaje permanecían junto a la hoguera. Sus ojos de elfo escrutaban la noche, la concentración era total o al menos la suficiente como para que no oyese a la elfa llegar despotricando tras el tauren por su espalda hasta que casi los tenía encima.

-¡Me cago en…!

Gritó el elfo mientras se daba la vuelta maza en mano dispuesto a atacar hasta que vio al tauren, lo que le hizo frenar en seco. El grito de alarma había despertado a Idnaar, que sin su armadura y rascándose la rabadilla, habló.

-Tú, identifícate.

Exigió a la elfa, pues aunque no sabía el nombre de ninguno de los dos, los motivos del tauren eran bastante claros.

-¿Y quién eres tú para exigirme nada a mí?

Idnaar bufó, lo que parecía estar convirtiéndose en una respuesta común a la arrogancia de la elfa.

-Repito, identifíquese en nombre de la Guardia de la Horda.

Dijo remarcando innecesariamente su posición, dado que había estado luciendo el tabardo hasta que se había quitado la armadura para dormir.

-Adarisia Lowenbless , miembro de la Orden de los Caballeros de Sangre de Lunargenta.- Dijo a regañadientes

-Bah, otra furcia…

Exclamó ni corto ni perezoso Eidorian mientras encendía un cigarrillo.

Idnaar se dirigió entonces al Tauren, ofreciéndole comida y descanso junto al fuego, pues poco mas podía hacer, a la vez que éste se identificaba. No en vano la hospitalidad era una tradición entre los orcos para con sus aliados y más aún tratándose de tauren, capaces de apreciar este hecho. Mientras Turok mantenía la conversación con Idnaar, Aldarisia se acercó a Eidorian en respuesta a su insulto. Acercó la cara hasta escasos centímetros de la de Eidorian y le susurró.

-Estás muerto, bastardo…

Sin más, con una sonrisa se dio la vuelta y se acercó a su caballo, junto al cual se echó a dormir más separada del grupo.

Eidorian terminó su primera guardia sin más percances, a la que siguió la de Radna, que tras un buen rato comprobando sus flechas y afilando su hacha, fue a despertar a Turok. La noche discurría con total normalidad hasta que un ruido proveniente del lugar donde habían dejado las monturas le alertó. Agarró con fuerza su tótem y partió hacia allí dispuesto a machacar al intruso.

Se acercó con cautela dando un pequeño rodeo para no ser visto por el atacante, cuando de repente el mismo ruido se repitió: era su kodo, que en sueños movía la cabeza y con su cuerno golpeaba el árbol bajo el que lo habían dejado.

Un grito de dolor seguido del ruido de varios jabaespines alertó a Turok, que volvió corriendo al campamento. Los jabaespines habían atacado mientras se había alejado, y habían tratado de asesinar a sus compañeros mientras dormían. Afortunadamente no son conocidos por su precisión ni eficiencia, de modo que las heridas, salvo en el caso de Aldarisia, cuya pierna sangraba copiosamente, eran moderadas.

Turok cargó contra el cerdo más cercano que había atacado a Eidorian, que desde el suelo trataba de defenderse. Radna luchaba para ponerse en pie y utilizar su arco, mientras que Idnaar, que desde el suelo había logrado agarrar su hacha, propinaba un tajo que cerca estuvo de ser fatal para el jabaespín. Sin embargo Aldarisia, malherida, era incapaz de coordinar bien sus golpes y se encontraba a merced de su atacante.

Un poderoso grito de Turok cortó el aire, intimidando a los jabaespines y alentando a sus compañeros a continuar, seguido rápidamente de un golpe devastador que hirió al atacante de Eidorian. Idnaar se levantó del suelo con semblante amenazador, y tras un rugido, presa de una furia como nunca antes habían visto los allí presentes, partió a la mitad a un jabaespín y propinó un buen golpe al que acosaba a la alejada Aldarisia. Radna, una vez en pie, ayudada por Silver, su tigre mascota y con un par de certeros disparos, dio muerte al desgraciado que había osado atacarla.

Por último Eidorian dio muerte a su agresor, y envalentonado por su victoria, se lanzó a salvar a aquella que había jurado matarle, del fin prematuro que podría haber traído el siguiente golpe del jabaespín, que se desestabilizó tras el golpe de Idnaar, sin poder hacer más que contemplar la maza de Eidorian haciendo pulpa su cráneo contra el suelo de la estepa.

-¿Qué diablos ha sucedido? ¿Quién estaba de guardia?

Preguntó el enorme orco enfurecido mientras comenzaba a ponerse su armadura.

-Escuché un ruido cerca de las monturas, fui a ver, y sin darme tiempo a reaccionar se os habían echado encima.

Idnaar gruñó y llevó la vista hacia la elfa, cuya herida mágicamente había dejado de sangrar, tal y como pudieron percibir el tauren, por su unión con la madre tierra una vez más profanada por el irresponsable uso de la magia, y el elfo adicto, como toda su raza al uso de esas energías y su consumo.

-Bueno, el resto id a descansar. Tú también, Turok, ya me ocuparé yo de la guardia.
Turok, decepcionado consigo mismo por el error, obedeció al igual que el resto, pues con las heridas que tenían, aún sin ser de gravedad, un poco de descanso no les iría mal.

Idnaar hizo las guardias que quedaban mientras se vendaba las heridas y observaba a la elfa, a quien no había despertado, pues igualmente aún acabado su turno de guardia no habría dormido, dado que no se fiaba de ella para guardarle las espaldas.

Con los primeros rayos de sol llegaba la hora de retomar camino a Taurajo, y todos excepto la elfa se levantaron. Id, deseoso de ponerse en marcha, le dio unas pataditas para que se levantase y pudieran emprender el viaje, cosa a la que la elfa se negó en redondo a hacer sin haber desayunado antes.

Sabedores de la urgencia de llegar a Taurajo, el grupo no dudó en dejarla atrás y reanudar su marcha.

Hacia el mediodía por fin llegaron a Taurajo, escenario de una desolación como no habían podido imaginar. La furia de los jabaespines se había dejado caer sobre el pacífico pueblo con saña, la sangre regaba las calles, las chozas eran ahora cenizas, y los escasos supervivientes enterraban a sus muertos por decenas. Ninguno de nuestros héroes sabía qué había sucedido allí, pero sabían que alguien iba a pagar por ello, y con intereses.


¡¡Continuará…!!


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